
El 10 de diciembre de 2019, Alberto Fernández asumió la presidencia. El jueves 19 de marzo se cumplieron cien días de su Gobierno. Una fecha simbólica, “redonda”, que suele usarse como mojón imaginario que describe el período inicial en el cual el flamante Presidente marca la impronta que le dará a su administración.
La actual pandemia del coronavirus cubre toda la realidad política y hace difícil la evaluación sobre los cien días de Fernández. La gravedad del fenómeno y la capacidad del país de contener sus estragos pueden marcar buena parte del resto de su aún temprana administración.
A pesar de esto, detrás de la urgencia, hay un Presidente que lleva tres meses en el poder. Y en este período hemos visto un Gobierno que apuesta por solucionar un problema grave y visible como la deuda, sin demasiadas definiciones a futuro en el resto de los problemas de fondo del país. Y que nunca ha logrado desprenderse de la insidiosa pregunta acerca del verdadero rol político de la vicepresidenta y mentora de su candidatura, Cristina Fernández. Y que, para colmo de males, la pandemia mundial y la subsecuente crisis económica mundial puede arruinarle los planes, aunque podría brindarle la oportunidad de transformarse en líder.
En lo económico, la deuda es la única área en la que el Gobierno desplegó cierta celeridad y mostró medidas. La estrategia se concentró exclusivamente en la negociación y la oferta a los bonistas. El resto de las áreas de Gobierno no muestran indicios de haber arrancado a paso firme, con la posible excepción de la ley de legalización del aborto.
En lo que respecta a la negociación de la deuda, está claro que el Gobierno se esfuerza en no caer en default. La situación ideal para el Gobierno es reperfilar de manera de poder evitar un ajuste fiscal demasiado severo. Una buena noticia en este sentido es la buena voluntad que mostró el Fondo Monetario Internacional (FMI). Una alternativa peor sería un mejor cronograma de pagos pero que no deja lugar para algo de gasto público. En esta definición se juega la capacidad del Gobierno de hacer política puertas adentro.
Aunque desde su llegada quedaron claras diferencias de estilo con su antecesor, el Gobierno aún no tiene impronta propia. Fernández se define como un hombre que reivindica la militancia y la gestión. Lejos queda el discurso posmoderno de la nueva política. Pero necesita generar un sello propio, incluso diferenciándose del cristinismo. Fernández necesita consolidar una dinámica propia al interior del heterogéneo Frente de Todos. La agenda progresista y la institucional parecieron ser los caballitos de batalla con los que Fernández pensaba definir su administración. Pero estos planes están muy supeditados a mejorar la situación económica.
Entre estos menesteres estaba el Gobierno cuando el mundo se sacudió con el evento más importante a nivel global desde 1945. La reacción de Fernández a la crisis del coronavirus tal vez sea su oportunidad. En el mundo anglosajón existe la expresión blessing in disguise (bendición encubierta) para referirse a malas noticias que presentan oportunidades. Y esta puede ser la oportunidad para Alberto. El Presidente propuso saltar la grieta. Mostró liderazgo y respuestas rápidamente, marcando diferencia con algunos de sus vecinos regionales. Si tiene éxito, y logra contener la expansión de la enfermedad, el Presidente se anotará un éxito. Ante la tragedia, es tal vez la oportunidad de Alberto de crear poder propio.
Compartinos tu opinión