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Río Grande

Hoy el Kiosco “Vane” cumple 40 años, te contamos la historia de amor de Gabriel y Bernarda

Gabriel y Bernarda, dueños del kiosco “Vane” que hoy cumple 41 años. Recuerdan sus inicios con “un local chiquito, media 3x4 y fue la iniciativa de mi señora de llegar y tener un negocio”.

Gabriel y sus multifacetas a lo largo de los años

Su historia de amor comienza en la ciudad en el año 74 y “nos casamos en el 75 y nunca más nos separamos”. Se conocieron yendo a misa, “yo vivía en la calle Obligado, todos los domingos me iba con mis primos a misa en el Don Bosco. Pasaba por ahí y ella estaba en la ventana mirando o planchando en el hotel”.

Un día pasó a tomar un trago para ambientarme, “ahí nos conocimos, ella un poco orgullosa, pero igual le gané”. Bernarda por su parte decía: “yo fui muy seria, pero de toda la vida. No se de bailes, juntadas o andar en otra casa. Después el empezó a ir al hotel, el tío lo invitaba a comer y me observaba como trabajaba. Un día pidió permiso para empezar a noviar”.

Llegué “el 7 de abril del año 72, yo estaba cruzando la frontera en San Sebastián, por que me trajo el cuñado de mi tía”. Gabriel, oriundo de Chiloé, vivía allí y dependía del padre que era carpintero, “yo estudiaba y en las vacaciones de verano, trabajaba de mozo para costearme los estudios”.

A pesar de que a su madre no estaba mu conforme con la propuesta decidió permitirle viajar, “deje todo lo que tenía sin mirar para atrás, para no tener intenciones de volver, fue una buena decisión. Estoy muy agradecido de Río Grande”. Celebraba el momento de ver la ciudad, “me esperaban mis tíos, mis primas. Mi tío en ese tiempo era Jefe de Perforación, entonces el me buscó la oportunidad de trabajar en la oficina de Río Colorado y trabaje como radio operador comunicándome con los equipos. Después, estuve trabajando en la carnicería del mercado Valverdí y después llegó BJ que era una empresa de cementación, empecé a buscar los tantos” continuó.

“Pasaba por ahí todos los días y les preguntaba si había algo, pero todavía no había nada. Un día me voy a trabajar y estaba el jefe en la estación de servicio YPF”, allí le preguntó si había alguna novedad con respecto al trabajo a lo que le contesto “si queres venir a trabajar con nosotros, vas a ir a la noche a atender la radio por si llaman de Comodoro o de cualquier parte de la zona. Después empecé a andar con los camiones o nos íbamos al campo a hacer cementación y fue aprendiendo un montón de cosas”. En está etapa de trabajar con dicha empresa, se desarrolló como letrista, “me gustaba dibujar y empecé a hacer letras. Cuando había que hacer un cartel, yo hacía las letras y ahí empecé a conocerme con la gente, a hacerle los carteles, frente de los negocios y a los autos de carrera en la época de la hermandad” narró.

Durante muchos años trabajo como operador de la radio que mantenía comunicación con el resto de las plantas petroleras. Lamentablemente, en el transcurso de la guerra de Malvinas, su trabajo en la radio finalizó, ya que “no podía haber ningún extranjero. Me dieron la oportunidad de elegir si ir a plataforma o quedarme sin trabajo”, les solicitó tiempo para poder conversar y evaluar junto a su esposa la decisión que tomaría, hasta que finalmente opto por trabajar en plataforma “donde desarrolle tareas como pintor. Estaba 15 días arriba y 15 de descanso y ahí se terminó el petróleo. Las pasé a todas, pero aprendí mucho”.

Bernarda

Detrás de ese hombre trabajador, que se rebuscaba por obtener lo que deseaba y tener un mejor futuro estaba Bernarda, su compañera de vida. “Yo también vine de Santiago de Chile, vine de viaje a conocer Punta Arenas, de allí fuimos a Porvenir porque había llegado el Batallón y yo tenía noción de modista, entonces me contrataron los militares para que yo les arregle la ropa a los chicos que venían del norte”.

Trabajó como ama de llaves “ahí la gento me empezó a conocer”. Se fue trasladando de “novedades tío me fui a novedades Pamela, ahí estuve un tiempo hasta que empecé en el Hotel Austral donde me recomendaron, esa era mi casa. Tiempo más tarde, nació mi hija”, destaca que nunca tuvo problemas con desempeñar algún tipo de oficio, “lo que me ponían a hacer, yo lo hacía” detalló.

Antes de kiosco, hogar

Luego de unos años, comenzaron a vivir en la esquina de calle Libertad y Bilbao hasta la actualidad. “Un conocido me comentó que vendían esta esquina y le compré el terreno a González apodado Sombrerito pagué creo que $20.000. Empecé a rellenarlo y luego hice todo el trámite que corresponde a lo Municipal y Tierras”.

Cabe destacar que, en la época en que ellos logran adquirir su terreno, Río Grande no era ni la sombra de lo que es actualmente. Relatan que en estas calles era donde terminaba el pueblo, “siempre yo digo, compramos el barro y el agua” dijo entre risas Bernarda. Afirmó Gabriel que, uno de sus puntos en común era “querer tener las cosas en regla y no dejar nada para después, hacíamos las cosas en los momentos que podíamos”.

Agregó “el gobernador nos dio el terreno y empezamos a pagar. En ese tiempo todas las personas que rellenara su terreno tenían un descuento del 80%, a nosotros cuando nos dieron el valor decidimos pagarlo todo porque era poquito”. “Hicimos todo lo que el Gobierno no hacia que era rellenar y hacer la calle” mencionaron Gabriel y Bernarda.

Recordaron que al principio no contaban con instalación de cloacas, por lo que “preparé todos los caños y me hice un pozo ciego, yo quería darle comodidad a mi señora y mi hija para tener el baño dentro de la casa”. Posteriormente, fueron instalando otros servicios como el gas “donde me dieron la opción de que yo compre los caños y el Municipio los enviaba a revestir, después Camuzzi venía y conectaba. Yo era el único de por acá que tenía gas y después vino el agua” comentó Gabriel.

Aclaró que, primeramente, decidieron adquirir y colocar todos los servicios para recién comenzar a vivir esta nueva etapa, en esta casa que les daría tantas alegrías e historias que contar. El objetivo “era tener todas las comodidades y no estar pidiendo. Era la única que tenía teléfono y la gente hacía cola para venir a hablar acá”, su calidez y solidaridad fue lo que los caracteriza a esta pareja, “si nosotros lo teníamos, prestábamos para ayudar al vecino” recordaron.

Entre risas contaban algunas de las conversaciones o excusas que comunicaban vía teléfono los empleados de la fábrica Kenia con sus jefes, como “no puede ir hoy porque el bebe lloró toda la noche y era mentira, se quedaron dormidos”.

Bienvenidos, al Kiosco “Vane”

La idea surgió de Bernarda, “cuando trabajaba en el Hotel Austral, me daban la oportunidad de que yo atienda el lugar y los mismos clientes me mandaban a lavar, cocer. Esos clientes cuando me vine me siguieron, entonces fui juntando platita, lava y planchaba”.

Dormía un total de 4hs al día, cuando la gente se escuchaba de no descansar bien, ella continuaba con su trabajo. “Un día le digo a Gabi, vamos a ponernos un negocio porque no puedo estar sin hacer nada. Empezamos haciendo la piecita chiquitita”.

Recordaron que cuando ellos llegaron, estaba el mercado Libertad y el Tropezón. “Ellos estaban relacionados con la venta de comida y nosotros kiosco, regaleria. Después llegó un período que tenías una farmacia y si querías vendías hasta una moto” dijo entre risas. Ahí se produjo un momento de quiebre, porque no se explicitaba aquello que se vendía “si tenías una vinoteca dedícate a vender solo vinos”.

Tiempo después colocaron el teléfono que conservan como un recuerdo de esas épocas tan lindas, donde todo era más humano y bondadoso, donde no se requería de mucho para ayudar a quienes lo necesitaban, donde se prestaba un servicio sin pensar en el precio que costaría.

Esta historia, hoy cumple 40 años desde la apertura del kiosco, desde el momento que pintaron el nombre Vane en la pared de entrada al local-hogar. “Estoy orgullosa de vivir en Río Grande, yo peleo por ella. Acá tenemos todo, es lo mejor que nos pasó”.

Nunca se hicieron problema por si un mes no vendían o si les iba mal en el negocio, “lo que Dios nos manda estamos agradecidos. Nunca nos quejamos por la situación económica, lo que no me gusta es jugar con los precios”. Cabe destacar que, hasta el día de la fecha continúan manteniendo el rubro de venta por 40 años, “está todo tal cual y hasta la misma clientela. Vienen de tres a cuatro generaciones que vienen acá”.

Asimismo, aseguraron que desde los años que mantienen el negocio familiar, siempre estuvo atendido por ellos, nunca tuvieron empleados. “Todo lo que entraba de dinero, lo invertíamos, eso nos ayudo a no preocuparnos por la falta de venta. No hay que desesperarse, la vida es así hoy estamos y tal vez mañana no estamos”.

“Yo me caso con mis proveedores, no voy de un lado al otro. Muchas veces me recomiendan y no me conocen, pero sigo con ellos” relató.

Río Grande hoy

“Extraño mucho el Rio Grande de antes, me gusta la antigüedad y tranquilidad de antes”, comentan que les da paz saber que hay restricciones de horarios “porque sino en la noche los autos no dejan descansar”. Recuerdan que, antiguamente su casa se ubicaba al final del pueblo y hoy se encuentran en pleno centro, donde hay mucha más movilización y viviendas a la vuelta.

Su historia es un ejemplo de humildad y trabajo, adquirieron todo lo que tienen con esfuerzo. Su familia, amigos y gente que los rodea se sienten orgullosos de lo que han conseguido y es sumamente honorable que estén cumpliendo 40 años con un kiosco que mantiene su esencia, calidez y tradición. Uno de los primeros locales que le hace el honor a la famosa frase “atendido por sus propios dueños”.

¡Felicidades, Gabriel y Bernarda! Por 40 años más

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