
Irse al sur: la frase que todo tucumano ha escuchado alguna vez. Las historias de quienes abandonan el norte del país para buscar mejores horizontes en otras latitudes –pero dentro de los límites- , abundan. En Tucumán, los y las docentes viven una batalla por ingresar al sistema laboral que parece nunca acabar. Con puntajes difíciles de alcanzar y con mucha competencia, el camino hasta tener un puesto seguro es complicado.
El caso de Julieta Robles (31) es similar al de cientos de tucumanos y tucumanas, que empujados por la situación económica y la falta de oferta laboral, se van del Jardín de la República. En diciembre del 2013 se recibió de Profesora de Educación Especial, con 22 años, y en marzo del 2014 se fue al sur: “Mientras yo estudiaba existía esa posibilidad de irme al sur, cuando hablas de eso es un comentario muy general y no te imaginás las cosas hasta que lo conocés, y te das cuenta de que es algo inmenso. Nunca me imaginé tomando la decisión de irme definitivamente, hasta que una amiga que se había ido el año anterior a Río Grande (isla de Tierra del Fuego), me contó que había mucha salida laboral de lo mío, yo tenía que hacer cursos para entrar al Estado y no contaba con esa posibilidad económica. Los postítulos, posgrados, todo era caro”.
En ese momento de su vida, Juli pidió ayuda para poder llegar a la isla, ya que no era una posibilidad la de adquirir su pasaje: “Mi mamá habló con Pancho Serra, él no era Intendente en ese momento, pero él fue quien me pagó el pasaje en colectivo y me fui. Fue súper difícil, de los tres hijos de mi mamá nadie esperó que sea yo la que se vaya”, cuenta.
La distancia entre Tucumán y Río Grande es de 3463 kilómetros. Para llegar a la isla hay que cruzar en un ferry y pasar 4 fronteras, pero la gran mayoría no lo sabe, ni siquiera quienes van de visita: “Cuando cruzás las dos primeras fronteras, tenés un larguísimo trecho hasta encontrar las otras dos. Ahí me dije ‘¿Adónde estoy?’... Cuando vas hablando con otras personas hay gente que te dice que cada 5 km hay una casa, que es desolado, en un momento no veía nada, y decía ‘era verdad todo, no hay casas’, porque primero pensé que exageraban”.
La madrugada del 24 de marzo, en uno de los feriados más dolorosos del país, la monteriza llegó a la ciudad de Río Grande cuando las luces empezaban a encenderse. Inmediatamente, se mudó a casa de su amiga pero las cosas no se dieron de la mejor manera: “Al mes de llegar, hubo una situación difícil durante la convivencia y quedé desamparada, no conocía a nadie, todavía no tenía trabajo, ya había presentado todo para ingresar al sistema público, pero todavía no tenía trabajo. Después llegué por una recomendación familiar a una mujer que vivía sola desde hace 30 años y me alojó. Si bien se sintió invadida (me imagino), me entendió porque ella vivió lo mismo que yo 30 años atrás y me dijo que no me podía desamparar”, revela, sobre la mujer que en un acto de sororidad decidió no cerrarle las puertas.
Wow, ¿esta plata es para mí?’
A los pocos días de esta situación, la profesora de educación especial consiguió trabajo, y a los tres meses de muchas privaciones, llegó el sueldo de manera retroactiva: “Cuando tuve el dinero me acuerdo decir ‘Wow, ¿esta plata es para mí?’, después de 3 meses cobré un retroactivo. Antes de eso había cobrado un proporcional del aguinaldo. Con eso fui y señé un alquiler en julio y en agosto cuando di la otra parte me mudé sola”.
Seguramente, muchas personas que han pasado momentos difíciles en cuánto a lo económico y que comienzan a cobrar un sueldo, vivieron una situación similar: no saber administrarse. En ese sentido, la entrevistada confiesa que sus primeros dos años le fue imposible comprarse objetos para su casa, ahorrar o sentir que había un progreso. “Malgastaba mucho la plata, nunca había tenido esa cantidad, pedía delivery todo el tiempo, no me medía en nada, así que no me compré nada importante para mí, todo era para otros, compraba regalos para todos, ayudaba mucho a mi mamá, así todo el 2014 y 2015”.
Finalmente, los años pasaron y de a poco el esfuerzo valió la pena: un auto, muebles, cosas propias. Pero el desarraigo no se va, y el único refugio de la gente que vive en la isla es la fraternidad o la sororidad que se vive en grupo de pares, es decir, otros tucumanos: “Hay muchos viviendo ahí, ellos fueron mi contención, era algo muy de los tucumanos eso de la contención, nos juntábamos a cocinar y hacer empanadas. Ahí me di cuenta que hay muchos que venden empanadas y las promocionan como tucumanas pero es mentira ¡porque tienen papa! Juntarse con ellos es sentirse en casa”.
Los años fueron pasando, las cosas se iban acomodando en la economía y en el trabajo, pero la sensación de desarraigo y de estar haciendo algo mal no se borraba: “El duelo de mi desarraigo lo hice por tres años más o menos, yo sentía que todo era diferente, el clima, el invierno larguísimo y helado, oscuro, amanecía a las 10 de la mañana, el sol salía apenas, a las 4 de la tarde estaba oscuro de nuevo, vivir solo para trabajar es duro, mucha de la gente vive así en la isla. Y es que para disfrutar más, necesitás más dinero, los equipos de invierno son muy caros, el pase de invierno para ir al cerro es caro, el frío te acobarda, es mucho… es decir se la puede pasar bien pero todo es plata”. Y es que las escapadas al aire libre en el transporte público, las largas noches de mate o de cervecita en la vereda o jardín de casa con la familia, amigos o vecinos, el plan económico en sí, no es algo que se dé en todos lados como en el norte de Argentina.
“Era difícil pasarla bien, lloraba mucho, y no podía decir por qué lloraba, no sabía ponerlo en palabras. Hasta cuando me decían cosas lindas lloraba, volvía a Tucumán y no era así. Las despedidas eran difíciles. En el 2018 toqué fondo de ese desarraigo, me negaba a esa ayuda psicológica que siempre supe que necesitaba y ahí busqué de hacer terapia, eso me ayudó a estar fortalecida y tomar la decisión de regresar y saber que esa era una decisión personal y sola mía”, comenta, dejando en claro la importancia de trabajar en la salud mental a la hora de tomar una decisión importante.
Una de las cosas más complicadas de irse lejos del hogar y de las que nadie habla nunca, es ese sentimiento de ver que la vida del resto sigue y que uno no puede ser parte de manera directa: “Cuando no estás se pierden los momentos importantes de la gente que una quiere, recibidas de amigas, casamientos de familiares, nacimientos de los bebés de mis amistades o primas, estar cerca de quienes uno quiere”, ejemplifica. “A veces, me ofendía de que la gente no espere a diciembre para sus eventos importantes, para que yo ya esté aquí, pero luego entendí que yo tenía que hacerme cargo de mi decisión de haberme ido lejos, fue mi decisión, no puedo culpar a nadie, la vida de los demás sigue”.
Mi querido Tucumán, que estando tan lejos te extraño tanto
Cuando una persona se aleja de su gastronomía, es imposible no extrañar los sabores con los que hemos crecido familiarizados, y una de las cosas más difíciles de irse de este pedacito de Argentina tiene que ver con esa intensidad de sabores: “Se extrañan muchas cosas, la naranja sanguínea que no podés llevarte ni una, disfrutar esos cítricos durante el invierno bajo el solcito al mediodía, una vez mi mamá logró entrar dos naranjitas rogando, fue el momento más feliz del mundo para mí. El lomito, el sanguche de milanesa, el pan es horrible, extrañaba muchísimo los sanguches, no sé que tienen en Tucumán pero hasta la carne es mejor aquí, la calidez, el sabor cuando te lo preparan, el pan de sándwich en la Patagonia es como una hamburguesa, horrible”, recuerda Juli, enojada.
“Extrañaba las empanadas, me moría por una humita, las frutas y verduras frescas. La pandemia nos hizo replantear muchas cosas a quienes estamos lejos, imaginarnos que pase algo a nuestros seres queridos y no poder ni cruzar la frontera. Yo maduré mucho esta decisión, estaba bien fortalecida. Me di cuenta que no era ni el trabajo ni lo económico lo que me hacía feliz, no era la plata, con el dinero me pude comprar cosas caras, pero eso solo tapaba lo que realmente me importaba, compartir con la gente que uno quiere, que uno ama”.
Gracias a mi querida isla
A pesar del sentimiento de desarraigo, la docente del interior de nuestra provincia nos habla sobre la importancia de haberse sentido valorada como profesional de inmediato apenas llegó a Tierra del Fuego: “Me sentí valorada como trabajadora y profesional a pesar de ser joven, me dieron trabajo muy rápido… en Tucumán casi siempre son años hasta entrar al sistema. El sistema público de allá es distinto porque la misma escuela deriva a los niños o niñas a la escuela especial cuando lo necesitan, y esa escuela solicita el recurso humano mediante nota para cada niño al Ministerio de Educación y se abren cargos nuevos todo el tiempo”, compara.
“Dejé todos los vínculos fuertes que construí allá, la familia que construí ahí con mi gente querida, pero me di cuenta que no podía tenerlo todo. Cuando uno construye vínculos fuertes y sanos, todo persiste a pesar de la distancia, mis amigas de acá y la familia siempre han estado a pesar de la distancia y así será con ellos ahora que me fui”. Sobre sus palabras para todas las personas que están cocinando la idea de irse este febrero, Juli tiene sus recomendaciones: “Por más que escuchen historias de vida de que el desarraigo es duro, difícil y se sufre, cada persona tiene y vive experiencias diferentes. Recomiendo que igual se animen a vivirlas, pero sabiendo todo”.
“Hasta que yo no estuve ahí, no dimensioné ni la distancia ni lo que cuesta salir de la isla, si tenés que salir por tierra son tres días de viaje, por vuelo es caro y no se consiguen pasajes rápidamente, cruzar el estrecho de Magallanes depende del clima… Me ha pasado de escuchar a mucha gente que viene del sur y no hablar sobre cómo es realmente, uno tiene que ser realista, el clima es complicado, se vive distinto, pero recomiendo que no se pierdan la oportunidad de vivir esa experiencia, el desarraigo es duro pero el crecimiento personal y profesional de esa experiencia no te lo da nadie”.
“Creo que si hubiese sabido muchas cosas quizás no me iba, si hubiera dimensionado la distancia, nunca vi ni un mapa para saber dónde iba. Es una provincia joven. He vivido cosas hermosas, conocí lugares hermosos y bellos ahí, estoy muy agradecida”.
La isla de Tierra del fuego fue declarada provincia hace poco más de dos décadas (no podían hacerlo porque no era suficiente la cantidad de población). En dicha provincia existen únicamente tres localidades: Ushuaia, Tolhuin y Río Grande, siendo la primera la ciudad más austral del mundo (característica que la tapa en turismo internacional todo el año) y la última un lugar conformado por identidades de toda la Argentina que llegaron buscando lo mismo: trabajo. El frío alcanza temperaturas -0 en muchos momentos del año y en ocasiones cae nieve hasta el fin de la primavera. La comunidad de tucumanos que integró Julieta por 8 años es una de las más grandes de todas.
Fuente: El Tucumano
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