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Viaje a Malvinas: \"Un inmenso cartel pretendía recibirnos, o tal vez, rechazarnos\"

Las Islas Malvinas son para mí un espacio cada vez más familiar, luego de haber disfrutado por segundo año consecutivo de la travesía por el Pacífico y Atlántico sur, a bordo de un crucero. Los viajes en estas embarcacines ofrecen siempre dos conjuntos de escenarios. Por una parte, los internos, propios del barco: piletas, spa, teatros, confiterías, pubs, restaurantes, disco, paseos por la cubierta, minigolf, biblioteca y gimnasio, entre tantas otras cosas. Por otra parte, los escenarios externos: desde el paisaje majestuoso habitual de una navegación hasta cada uno de los puertos en que se detiene el crucero.

El desembarco del crucero de la línea Princess, es en Puerto Argentino, un nombre que va perdiéndose. Incluso muchos connacionales lo llaman Stanley. Decenas de techos a dos aguas, de diversos colores, nos dieron la bienvenida. También un inmenso cartel pretendía recibirnos. O, tal vez, rechazarnos. Es la primera imagen nítida, la primera lectura obligatoria. En caracteres poco legibles a la distancia: \"Welcome to\". Pero debajo, con una tipografía gigante, anunciaba: \"The Falkland Islands\".

 

 

Si bien, los habitantes de las islas malvinenses ingresan a nuestro territorio continental sin hacer ningún tipo de trámite migratorio, los argentinos debemos llevar nuestro pasaporte a las islas. El sello de migraciones indica que el permiso para estar en Malvinas caduca a los siete días.

 

La colorida vista que presenta el puerto. Incluso muchos argentinos lo llaman Puerto Stanley. La denominación Puerto Argentino ha perdido fuerza. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

Las islas son un encanto. En ese cóctel de sentimientos, las inmediaciones del puerto nos atrapa. De todos modos, pudimos saltear el bullicioso recibimiento de unos cien isleños dedicados al turismo que aguardan al visitante con cartelitos y sonrisas improvisados. Antes de aceptar alguna de estas ofertas, la calle principal ( Ross Road) se convierte en nuestro centro de atención. Ofrece el recuerdo de aquellas imágenes tan grabadas en la memoria, la de las tropas marchando en abril del 82.

Negocios de regalos, casa del gobernador, iglesia, gente muy amable, gente indiferente y también algunos mensajes pegados en ventanas: \"No dialogue is possible until Argentina gives up it\'s claims to our Islands. Respect our human rights\" (Ningún diálogo es posible hasta que la Argentina abandone su reclamo sobre nuestras islas. Respeten nuestros derechos humanos). Y no es el único cartel alusivo. Incluso hay negocios que ofrecen descuentos a los soldados británicos que pelearon en 1982.

Por un lado, la visita genera emociones (que en ciertos puntos de la isla es difícil de controlar) y orgullo. Por el otro, incomodidad y tristeza.

Se puede ir a ver los pingüinos, a la zona del faro, hacer un tour para evocar los combates de la primera y segunda guerra mundial, visitar el cementerio argentino en las afueras de Darwin o quedarse en el centro recorriendo. Nuestra opción, el cementerio, demandaba un viaje de ochenta minutos en camioneta o ciento veinte en ómnibus.

 

\"A la Nación Argentina y su pueblo: Serán bienvenidos en nuestro país cuando dejen de reclamar la soberanía y reconozcan nuestro derecho a la autodeterminación\". Uno de los cuatro carteles que se encuentran los turistas. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

La primera visita la hicimos guiados por Marcelo, chileno, oriundo de Punta Arenas. Luego de atravesar las pocas manzanas del poblado, un camino árido nos condujo en dirección a Darwin, pasando por los montes donde estuvieron apostados nuestros soldados: Harriet, Dos hermanas, Longdon, Kent. El guía se detuvo. \"¿Quieren ver una trinchera?\". Sin responder, bajamos. A seis o siete metros del sendero, un simple pozo de menos de tres metros de largo y uno y medio de profundidad, protegido con piedras a su alrededor, fue sin duda la posición de un grupo de artillería. Con los montes a sus espaldas, nuestros hombres debían apuntar sus armas hacia el sitio donde habían desembarcado los ingleses.

 

Una trinchera en medio del camino a Darwin. Allí se apostaron nuestros soldados con ametralladoras para detener el avance británico. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

En nuestra cabeza, todo ese desierto comenzó a poblarse en forma virtual, aún cuando la imaginación apenas puede ofrecer un difuso esbozo de la realidad, de aquellas jornadas de 1982. Allá, a los lejos, el desembarco de ingleses, galeses, nepaleses. En el aire, nuestros aviones tratando de impedir sus maniobras. Aquí, en los ásperos montes y sus alrededores, los argentinos, atrapados por el frío, en la cuenta regresiva para iniciar la defensa.

En el viaje en micro, durante la segunda visita, no se hizo hincapié en estos aspectos, a pesar de que cuarenta y ocho de los cincuenta pasajeros eran argentinos. Al contrario, Adela, guía chilena que tomó la ciudadanía británica, tuvo la poco feliz idea de decir: \"Cuando recuperamos las islas, luego de la invasión argentina\", comentario que fue rechazado por los pasajeros.

 

Una trinchera en medio del camino a Darwin. Allí se apostaron nuestros soldados con ametralladoras para detener el avance británico. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

Una inmensa base aérea militar, construida en los años posteriores al conflicto, es la penúltima escala visual del viaje. Luego, un hotel abandonado. Pertenece a los cercanos tiempos en que el camino a Darwin no estaba pavimentado y exigía una escala para pasar la noche. Y, por fin, el cartel que anunciaba un desvío. Hacía allí nos dirigimos y el cementerio argentino se presentó con apenas un muy sencillo letrero: Argentine Cemetery. Desde el sector en donde se estacionan los vehículos, el sendero de piedras nos llevó hasta el campo santo protegido por un cerco para evitar la incursión de las ovejas.

Austero, prolijo y simétrico. En medio de la nada. Caminando por entre las hileras, pudimos leer los nombres de nuestros muertos (Ramón Quintana, Alberto Marcelino Aguirre, Walter Becerra, Guillermo García, José Alberto Encina, entre tantos) y de los que bajo el rótulo \"Soldado argentino solo conocido por Dios\", esperan que su identidad sea develada.

En ambas visitas al cementerio, las banderas celestes y blancas surgían entre la ropa de los argentinos. Las demostraciones de este tipo son habituales. Por ese motivo, la Comisión de Familiares Caídos en las Islas del Atlántico Sur distribuye un texto en el que se solicita prescindir de megáfonos, no colocar placas y que las banderas no se exhiban por encima de la cintura. En esos minutos, las emociones están a flor de piel y el silencio general potencia el sonido del viento.

 

El cementerio argentino en Darwin. Los visitantes deben respetar ciertas reglas, como por ejemplo, no desplegar las banderas argentinas por encima de la cintura. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

Otra parada es Gosse Green (Pradera del Ganso), el pueblito de los encierros. Durante las semanas de ocupación argentina, los vecinos de esas pocas casa fueron llevados a un recinto y allí los mantuvieron hasta que finalizó el conflicto. A partir de aquel día, unos galpones albergaron a los prisioneros de nuestras fuerzas, antes de ser embarcados en elCanberra. El guía Marcelo aclaró: \"A diferencia de Stanley, donde hay posiciones diversas, acá en Darwin no quieren a los argentinos. Por lo del encierro\".

En los viajes de regreso, ambos guías nos pusieron al tanto de algunos temas: \"En la cárcel solo hay cinco detenidos. Todos por pedofilia\". \"Cuando terminan el secundario, los que reciben becas van a estudiar a Inglaterra. Pero muchos vuelven a las islas en las vacaciones y ven a sus compañeros con mejor estándar de vida que ellos. Es porque tienen trabajo y dinero. No son pocos los que abandonan los estudios y se consiguen un empleo acá\". \"Al finalizar la jornada de trabajo, todo el mundo acude a los tres pubs. Es común ver gente caminando de un pub a otro con sus vasos de cervezas. Luego se van a sus casas, se bañan, comen y, ¿qué hacen? Vuelven al pub\". Agregamos que los tres que hay en la ciudad principal cierran a las once, horario prudente para que todos vuelvan a sus casas y canalicen el consumo de manera tal que al día siguiente estén en su plenitud para asistir al trabajo.

 

Los habitantes de Goose Green (Pradera del Ganso) fueron encerrados en este edificio durante el conflicto. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

\"Muchas compras, incluso de repuestos, las hacemos por internet\", comenta un guía. \"De los 3400 habitantes de las islas, unos cincuenta son argentinos\". \"Desde que se enturbió la relación con el estado chileno, en tiempos de Bachelet, la actividad comercial se hace a través de Montevideo\". \"Un vecino tiene una tanqueta argentina en el jardín de su casa, de adorno. ¿Quieren verla?\". Fuimos.

Se encuentra a media cuadra de la concurrida Ross Road, en donde está la redacción dePenguin News, periódico que sale todos los jueves. También en esa zona, a cinco o seis cuadras del muelle donde desembarcamos, siempre sobre la principal, se ubica el antiguo Malvina House Hotel, con bar y restaurante abiertos a todo el público. El nombre se debe a que el dueño, británico, lo bautizó de la misma manera que a su hija, nacida en las islas en 1881.

Por la costa, nos alejamos hasta una plazoleta semicircular. Allí se encuentra el\"Liberation Memorial\", que recuerda a sus caídos. Es un homenaje a \"Those who liberated us\" (Aquellos que nos liberaron). A un costado, el busto de bronce de Margaret Thatcher y un cita de su discurso del 3 de abril de 1982 impresa en una placa: \"They are few in number but they have the right to live in peace, to choose their own way of life and determine their own allegiance\" (Son pocos en número, pero tienen derecho a vivir en paz, a elegir su propia forma de vida y a determinar su propia lealtad). Interesante definición. Lamentamos que nadie se la haya dicho a los ingleses que invadieron las islas en enero de 1833, suprimiéndole, a los muy pocos habitantes de entonces, el derecho a vivir en paz, a elegir su propia forma de vida y a determinar su propia lealtad.

 

Los tres pubs son muy concurridos al finalizar la jornada laboral. También se llenan luego de la comida hasta las once, hora de cierre. Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Aráuz

 

Ya más cerca del muelle, hay otro monumento. Son cuatro huesos de ballena que fueron colocados en 1933, según se aclara en su base, para conmemorar \"el centenario de la colonia como posesión británica\".

Comienza a soplar un viento hostil. Los negocios de regalos están saturados de souvenirs (lápices, gorros, tazas, imanes, pingüinos de peluche, el osos Stanley, llaveros, medias) con la inscripción \" Falklands\". De los tres pubs, al Victory Bar (abierto en 1984) se lo conoce como el más radical en cuestiones de bandera y pertenencia. A medida que corren las horas de la visita, uno tiene la sensación de que la zona neutral se limita al espacio de embarque.

La tarde se enfría. Son las cinco y el muelle comienza a vaciarse. El horario de visita, una vez más, ha terminando.

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