
Historia de vida. El recuerdo de noches de hasta 12 “clientes”, con alcohol, cocaína, golpes y sangre. Fue rescatada en 2012 de un cabaret de Ushuaia y se presentó ante un juez como una “víctima de trata”. Su caso acaba de elevarse a juicio y podría sentar un precedente en el país.
Alika Kinan Sanchez, nacida el 24 de junio de 1976, alternadora. Pisó Ushuaia y no sólo el viento y la helada la despabilaron. También, la apertura de “un legajo”, en el que la Policía acreditaba que no tenía antecedentes penales y un médico negaba que tuviera enfermedades de transmisión sexual. Eran los requisitos de la Dirección de Comercio e Industria de la Municipalidad para trabajar en cualquiera de los tantos cabarets de la ciudad.
Su primer legajo es del 96. Tuvo montones. El último es de 2010, cuando ya estaba vigente la Ley 26.364 de Prevención, Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas. Esos documentos hoy forman parte de la causa en la que por primera vez una víctima de trata se reconoce como tal y se planta como querellante.
Alika no sólo demanda a sus proxenetas, también pide una reparación moral y económica al Estado. La causa fue elevada al Tribunal Oral de Ushuaia, el juicio será el año que viene y la expectativa es enorme, ya que su historia puede sentar precedente y alentar a otras víctimas a reclamar sus derechos.
Nieta, hija y sobrina de mujeres prostituidas por todos los varones de la familia, parecía difícil escapar del mandato. Y se hizo imposible cuando sus padres la abandonaron a los 15 años, dejándola a cargo de su hermana de 9.
Entonces intentó varios trabajos, hasta cocinar alfajores de maicena, pero nada resultó. Su padre fue claro: “Vos ya sabes lo que tenés que hacer”. Y lo hizo. Vivía en Córdoba. Una reclutadora le habló de Ushuaia y enseguida aparecieron los pasajes de avión.
El Sheik -local entre pretencioso y decadente montado en la céntrica esquina de Roca y Gobernador Paz- era de Pedro Montoya y su pareja, gente bien conocida entre los vecinos. Alika vivió allí años, en una pieza que jamás pasó por una inspección.
Allí dormía, comía y se entregaba. La oscuridad no acababa nunca en aquellas noches de diez, doce “pases”, con argentinos, chinos, filipinos, bolivianos, militares, obreros y funcionarios varios.
Ahora es de noche y Alika está otra vez frente a ese lugar que la terminó de vaciar. Había llegado rota, pero perder su libertad y someterse a la perversión fue (es) demasiado. Cuenta todo: en su retahíla hay alcohol, cocaína, golpes, sangre. En las partes más vergonzantes usa una sana tercera persona. Y habla de sus compañeras vulneradas, alejadas de sus hijos, aterradas, adictas sin querer, embarazadas por error, enfermas por los abortos.
La variaron por muchos cabarets (los varones se aburren, piden novedad), pero la terminaron rescatando en 2012 de El Sheik, que fue clausurado, como Candilejas y Black & White Al ser rescatada, Alika intentó escapar. “Te quieren matar. De repente las dejas sin trabajo, sin casa -dice la fiscal de instrucción María Hermida-.
La primera reacción es negarse como víctimas y defender a los tratantes” María hizo reaccionar a Alika: “Venís de una familia de mujeres abusadas y vos tenés hijas. Esto lo tenés que cortar vos”. Alika buscó psicóloga y abogado y se rearmó.
“Es querellante y actora civil contra los tratantes y el Estado. Pide sanción penal para los dueños y encargados de El Sheik por el delito de trata y pide sanción civil por daños y perjuicios. Su demanda puede sentar jurisprudencia en el país”, dice su abogado, Jorge Pintos.
Pide 2.300.000 pesos. ¿Cómo tasar el dolor y el daño moral? Manuel Raimbault -su abogado civil- usó argumentos de la Organización Internacional del Trabajo “porque la trata y la explotación sexual se asemejan al trabajo esclavo y son comparables a los delitos de lesa humanidad”. Alika va por los bienes de sus explotadores y por el cumplimiento de la ley de trata, que habla de alojamiento, manutención, asistencia psicológica, médica y jurídica gratuitas. Ella sólo recibió un terreno vacío.
Se casó, tiene cinco hijos, trabaja en la universidad y creó Sapa Kippa, un instituto de género y ayuda a víctimas de trata. “Al reclamar derechos me di cuenta que estaba militando. Hablo desde el fondo del infierno, es mi verdad y la de muchas mujeres”. Su mensaje es claro: quien tiene miedo, quien no puede elegir, no es libre. La esclavitud no requiere cadenas.
Fuente (Clarin)
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