
Detrás de cada cantero colorido hay un trabajo que empieza mucho antes de que la primera flor asome en los bulevares. En el vivero municipal, un equipo integrado mayoritariamente por mujeres lleva meses de preparación para que, llegada la temporada, miles de plantines salgan a la calle y transformen el paisaje urbano. “Somos unas 35 mujeres en total que trabajamos para hacer toda la preparación de los plantines”, explica una de las referentes del equipo, que resume el espíritu del lugar: trabajo silencioso y sostenido.

“Es un trabajo de hormiga”: de la semilla a la planta
Quien recorra el vivero en primavera quizás encuentre máquinas, bandejas y manos que no se detienen. “Es un trabajo de hormiga que por ahí muchas personas no saben que se hace acá, pero muy trabajoso”, cuenta la entrevistada.
El primer paso es la preparación del sustrato, el material que reemplaza a la tierra en las bandejas de germinación: “Empezamos con la preparación de sustrato, que es lo que utilizamos para las bandejas”. Desde ese momento, “hasta que salen a la calle lleva un proceso de tres meses y medio, cuatro”.

Invernaderos en serie y “repique”: el corazón del proceso
El ciclo está milimétricamente escalonado en tres etapas de invernadero. Primero, las bandejas van a un vivero de inicio “con calefacción y lámparas”; luego pasan a otro espacio “solo con calefacción”; y por último se trasladan a “viveros afuera” para la climatización que las prepara para resistir a la intemperie. “Lleva todo un proceso: uno tiene que tirar la semilla y que salga”, sintetiza.

A los 30 días, llega un hito clave: el repique. “Desde que hacés las bandejas, tienen como un mes para pasarlas, que es el repique que hacemos, van a una bandeja más grande y de ahí otro mes hasta que lo pueden llevar a otro vivero.”

De la puerta del vivero a la ciudad: preparar el suelo y plantar
Cuando el plantín está listo, arranca otro eslabón de la cadena. “Esa es otra parte del vivero, los chicos que dan vuelta la tierra y la preparan para los plantines”, explica sobre el alistamiento de los canteros en calle.

Recién entonces llega el momento más visible: la plantación. No admite errores: “Tenés que hacerlo bien porque si queda mal se muere el plantín”. La prolijidad no es estética: es supervivencia.
Mantenimiento: riego
Tras plantar, el trabajo no termina. Parte del equipo queda “en la calle con el riego”—o se refuerza con camiones de riego—, y después viene el momento de sacar malezas y limpiar bordes. Ese mantenimiento suma uno o dos meses más de tareas sobre los mismos canteros.

El vínculo con la comunidad también cuenta: “Por suerte tenemos muchos vecinos que nos ayudan: si lo ven seco, llevan un baldecito de agua y tiran… eso se agradece un montón.”
Calendario y jornadas
El vivero se mueve con ritmo de fábrica. En temporada, el equipo trabaja en turno de verano de 7 a 13, y cuando empieza la salida masiva a canteros, las jornadas se extienden para “aprovechar los días lindos” y “tener la ciudad lista”.
La salida a la calle está planificada para mitad de noviembre, por lo que el último tramo de producción y las primeras implantaciones suelen superponerse.

Escala y variedades: del dato duro al colorido final
La escala impresiona. “Depende de lo que plantemos en el año, pueden ser casi un millón de plantines que hacemos en todos estos meses”, estiman desde el equipo.

La paleta incluye “32 a 35 variedades” de temporada, y también especies que aportan estructura a canteros y bordes, como retamas y lupinos. En algunos puntos de la ciudad se ensayan “mini bosques” con diseño paisajístico.

Clásica entrega de plantines a vecinos
Con semejante volumen, la prioridad está clara: primero la ciudad. “Hacemos el millón y, de ahí, primero hacemos toda la ciudad y después el sobrante se regala a los vecinos”, cuentan. La expansión urbana obliga a prever stock: “Siempre hay algún barrio nuevo… por eso tenemos que tener la cantidad de plantines por las dudas.”

¿Por qué cada año se necesitan más?
La respuesta está en la propia dinámica urbana: “Está creciendo mucho la ciudad y eso es más trabajo porque hay que urbanizar más; siempre va incrementando”, dicen en el vivero.

Un oficio que también es identidad
El orgullo aparece una y otra vez en la charla. “Nosotras somos las encargadas de hacer todo el proceso hasta que lleguen a la calle y plantemos”, dice la entrevistada, que admite que nunca imaginó estar “encargada de embellecer la ciudad”, pero que asume el rol y lo ejerce “lo mejor que puedo”, apoyada “en las chicas que me ayudan un montón”.

El paso a paso, resumido
Sustrato y siembra: se prepara el sustrato y se siembra en bandejas. Duración aproximada hasta calle: 3,5 a 4 meses.




Vivero 1 (inicio): germinación con calefacción y lámparas.

Repique (≈ día 30): traslado a bandejas más grandes; otro mes de crecimiento.

Vivero 2: crecimiento con solo calefacción.


Vivero 3: climatización a condiciones reales de calle.


Canteros: otro equipo da vuelta la tierra y la prepara para recibir el plantín.

Plantación: prolijidad obligatoria, porque “si queda mal, se muere el plantín”.


Mantenimiento: riego (en cuadrillas y con camiones) y desyuche por 1–2 meses.

Con jornadas que empiezan a las 7 y se extienden “cuando hay que dejar la ciudad lista”, el equipo ajusta el reloj para salir a plantar a mitad de noviembre. Para entonces, cientos de miles de plantines habrán completado un camino de cuatro meses desde una bandeja tibia y luminosa hasta el cantero final. Y cada uno de esos puntos de color tendrá detrás una historia: la de quienes lo sembraron, repicaron, climatizaron, plantaron y cuidaron para que la ciudad vuelva a florecer.


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