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Malvinas

El desembarco del 2 de abril en el recuerdo de un protagonista

En la noche del domingo 28 de marzo el Cabo San Antonio, un buque transporte de tanques, comenzó a bambolearse. Había zarpado ese día desde Puerto Belgrano llevando parte de la fuerza de desembarco que debía participar de la recuperación de las islas Malvinas.

La operación debía ser “incruenta, sorpresiva y de corta duración”. La fuerza de desembarco estaba integrada por el Cabo San Antonio; el buque de transporte Islas de los Estados; el Rompehielos Almirante Irízar; el Submarino Santa Fe; las fragatas Santísima Trinidad y Hércules y las corbetas Drummond y Granville. Más alejados, el Portaaviones 25 de mayo, su Grupo Aeronaval y las bases de la fuerza aérea del continente.

El buque Cabo San Antonio, en una fotografía tomada meses antes del 2 de abril. Se ven las compuertas de proa abiertas, por donde desembarcaban los anfibios (Gentileza General Brigada (r) VGM Roberto Reyes)

El 1 de febrero de 1982 el Teniente Coronel Mohamed Alí Seineldín supo que el Regimiento 25, al que estaba al mando, sería la única unidad de Ejército que integraría la fuerza de desembarco. Debía ejecutar el plan de acción.

De la fuerza de desembarco participaría la compañía C del Regimiento 25, a cargo del Teniente Primero Carlos Esteban. Estaba integrada por las secciones “Bote” al mando del Teniente Roberto Estevez y “Romeo” del Subteniente Juan José Gómez Centurión, las que encabezarían una operación anfibia para controlar y ocupar Darwin. Una tercera sección, denominada “Gato” al mando del Subteniente Roberto Reyes tendría la responsabilidad de una operación aeromóvil para capturar al gobernador.

Los de Reyes serían los únicos efectivos de Ejército en participar de las acciones en Puerto Argentino ese viernes 2 de abril. Debía armar con los soldados incorporados dos meses antes una fracción liviana con buen poder de fuego y rápido despliegue. “En ese momento tomé conciencia que era parte de algo importante”, destacó a Infobae. “Sentí que me daban más de lo que merecía”. Tenía entonces 24 años y no lo podía creer.

Camino al Día D

En los dormitorios de cinco pisos con cuchetas del San Antonio se acomodaron, en el reducido espacio separado por estrechos pasillos y escasa ventilación, los 37 efectivos del Regimiento 25. La primera tarea a la que se abocaron fue al mejoramiento de la estiva de materiales.

El problema sobrevino esa misma noche cuando el barco, una mole de 144 metros de largo, comenzó a moverse debido al mar picado. Los mareos y las descomposturas de los que estaban acostumbrados a moverse con los pies sobre la tierra, enseguida hicieron mella. Lo que aun ignoraban es que los bamboleos durarían hasta el día del desembarco. Pocos prestaban atención a los tres turnos que había para comer, ya que muchos no probarían bocado.

Reyes mantuvo ocupada a su sección. En las cubiertas superiores se hacían prácticas de defensa, contra incendio y abandono del buque. Los soldados ignoraban hacia dónde se dirigían. Especulaban con un conflicto con Chile o que iban en auxilio de un país centroamericano. Solo Reyes sabía sus órdenes. Estaban navegando hacia el sur y que, al llegar a la altura de Río Gallegos, pondrían proa hacia las islas.

Si el primer día el mar estaba picado, en el segundo día las condiciones empeoraron a tal punto que las violentas inclinaciones del buque hacia babor y a estribor alternativamente, levantaba del piso a los soldados y los arrojaba contra las paredes. Los que podían, hacían algo de ejercicios físicos y otros limpiaban el armamento. Rogaban llegar lo más rápido a destino. “El buque nos destruyó”, confesó Reyes. “Hubo gente que en esos cinco días no comió”.

El vehículo anfibio 10 en el que desembarcó la sección de Reyes. En primer plano se ve a Seineldín y detrás, de boina, el subteniente Reyes. (Gentileza General B. (r) Reyes)

Rosario por Azul

Temiendo que el temporal hiciera suspender el operativo, el teniente coronel Seineldín le propuso al Almirante Carlos Büsser, comandante de la fuerza de desembarco, cambiarle el nombre a la operación, bautizada como “Azul”. Seineldín recordó que en 1806, durante la primera invasión inglesa, las fuerzas que Santiago de Liniers había agrupado en Colonia y que había embarcado con proa a Buenos Aires, había quedado a merced de una sudestada. Liniers puso sus fuerzas a protección de la Virgen del Rosario. Pudieron llegar a salvo a puerto mientras que las naves inglesas que trataron de impedirlo sufrieron graves daños.

De ahí en más, la operación pasó a llamarse Rosario.

En el tercer día de navegación, los jefes de fracciones que desembarcarían fueron convocados para realizar los ensayos de las acciones que desplegarían el Día D. El subteniente Reyes recibió cartografía y demás detalles para ajustar la incursión que debían realizar en la casa del gobernador. El joven oficial debió exponer cómo haría dicha operación y se realizaron los ajustes correspondientes.

De izquierda a derecha: subteniente Guillermo Aliaga, del Regimiento de Infantería 8; teniente Roberto Estévez; teniente primero Carlos Esteban; subteniente Juan J. Gómez Centurión y subteniente Roberto Reyes. (Gentileza Reyes)

Estaba todo listo para el desembarco planeado para el 1 de abril.

Los movimientos del buque provocaban que los vehículos en la bodega se movieran más de la cuenta –”parecían autitos chocadores”- por eso Reyes con la ayuda de un guardiamarina aprovechaban esos desbalanceos para ajustar las cuerdas. Las olas pasaban por arriba del buque.

En el cuarto día de navegación, Büsser decidió postergar un día la operación. Sería el 2 de abril. Los ingleses habían detectado a las fuerzas argentinas y preparaban la defensa, fortificando zonas de interés. Se había perdido la sorpresa táctica.

Bandera inglesa capturada. El segundo desde la derecha es el subteniente Reyes. (Gentileza General B. (r) Roberto Reyes)

El helicóptero que debía transportar a Reyes y a su sección se había dañado por la navegación. Entonces, en lugar de tomar la casa del gobernador Rex Hunt, Büsser determinó que debían apoderarse del aeropuerto eliminando la resistencia inglesa y despejar la pista, sembrada de vehículos y de maquinaria dejada por los Royal Marines. Los comandos anfibios se ocuparían de la residencia del gobernador.

Reyes y sus hombres debieron entonces familiarizarse con prácticas de embarque y desembarque del vehículo anfibio a oruga (VAO) con el que se trasladarían a la playa. El VAO 10 tenía capacidad para 26 integrantes de la sección; los 11 restantes apoyarían el desembarco desde el San Antonio. La adrenalina los hizo olvidar de los mareos.

En la tarde del 1 de abril luego de oír misa por altavoz, fue el comandante de la fuerza de desembarco que reveló el objetivo de la misión. Hubo emoción, alegría, gritos de júbilos y vivas a la Patria. Esa noche el mar se había calmado, pero nadie durmió.

“Primera ola al agua”

La madrugada del 2 eran incesantes los desplazamientos por los angostos pasillos de las cubiertas bajas. La bodega del buque estaba impregnada del olor a los motores encendidos de los vehículos anfibios. Las órdenes y los gritos se mezclaban con el chillido de las radios buscando las frecuencias. Las luces permanecían apagadas.

El aeropuerto de la capital de las islas, uno de los objetivos de la operación del 2 de abril. (Gentileza General B. (r) Roberto Reyes)

Reyes ordenó a sus hombres colocarse el chaleco salvavidas. Cuando el sargento Colque terminó de repartirlos su mirada lo dijo todo: no había para él ni para Reyes. Rogaron no tener que necesitarlos.

A las 5:30 Reyes y sus hombres estaban listos. Así se lo hicieron saber a Seineldín, quien los arengó. Sus palabras las interrumpió la orden que vino de los parlantes de la bodega: había que embarcar.

Dentro de los vehículos anfibios se había ordenado silencio de radio; las compuertas laterales y superiores estaban cerradas y los soldados lograban adivinar el rostro de sus compañeros gracias a una tenue luz roja interior. En silencio esperaban la orden de “primera ola al agua”.

Entre las 6:05 y las 6:10 se abrieron las compuertas de proa, el ruido de los motores pareció atenuarse y el humo de los 21 vehículos se disipó por el cambio de aire. Minutos después los hombres sintieron carretear el vehículo y de pronto se encontraron flotando. Seineldín había ordenado al soldado Juan Pessaresi poner en el grabador Cala Cuerda, una marcha de fusileros ejecutada por los patriotas durante las invasiones inglesas.

Se percataron que no estaban recibiendo fuego, aunque a lo lejos se escuchaban disparos en dirección a la ciudad. Reyes había ordenado quitar las tapas de cubierta del vehículo y, en medio de un mar increíblemente calmo, iluminado por los destellos del amanecer, vio las luces de Puerto Argentino. Miró hacia atrás y contempló la flota de desembarco.

Los gritos de alegría volvieron cuando sintieron que las orugas habían tocado las rocas y transitaba por la arena. Estaban en Malvinas.

Reyes y su sección se dirigieron al aeropuerto. Lo hallaron vacío y los Royal Marines ni siquiera habían dejado trampas explosivas. Se dedicaron a remover una treintena de máquinas y camiones colocados en la pista.

Luego, la sección recibió la orden de rastrillar una de las calles de Puerto Argentino, en dirección a la casa del gobernador. Debían capturar a los soldados ingleses que encontrasen, y cuidarse especialmente de no producir bajas en la población. Solo encontraron a dos británicos paramédicos que se dirigían al hospital a atender a los primeros heridos. Fue cuando Reyes vio al capitán de corbeta Pedro Giacchino.

Mientras el comandante de la fuerza de desembarco estaba reunido con el gobernador en su residencia y en el jardín los Royal Marines eran custodiados por comandos anfibios, aterrizaba el Hércules que transportaba al resto del Regimiento 25. Y al aeropuerto llegaban efectivos transportados en helicópteros desde el Irízar.

Cerca del mediodía se realizó una formación en el patio de la casa para materializar oficialmente la recuperación de las islas. Durante los preparativos se cortó la driza del mástil, y el propio Reyes se trepó a la punta para engancharla. Algunos lo interpretaron como un mal augurio.

Esa misma tarde, a Reyes le ordenaron volar a Río Gallegos. Debía participar junto a otros oficiales de una conferencia de prensa de la que casi no recuerda qué dijo. Hoy Reyes, un general retirado, insiste en destacar el reconocimiento a sus soldados y a esos héroes que quedaron de guardia en las islas. Hace ya 39 años pero con el recuerdo siempre presente.

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