
En un país donde la charla constante forma parte de la identidad colectiva, apenas 6,5 segundos de silencio resultan suficientes para disparar la incomodidad. Así lo confirma un estudio de la plataforma Preply, que midió en 21 naciones el umbral de mutismo tolerable y ubicó a Argentina junto a Brasil, Italia y Colombia entre las culturas menos amistosas con las pausas en la conversación.
Lejos de verse como un momento de reflexión, el silencio en nuestro país suele asociarse con tensión. Según los datos, el espacio más incómodo para quedarse callado es el ascensor (76 % de las menciones), donde se recurre al pronóstico del tiempo como recurso predilecto (“Mañana llueve”, “Baja la temperatura”). Le siguen, con un 72 %, las primeras citas y los funerales: en ambos casos, el mutismo se vive como un desafío a sortear, bien por la presión de causar buena impresión, bien por la solemnidad del acto.
La tolerancia al mutismo varía según la relación interpersonal: el 56 % afirma sentirse incómodo en silencio con desconocidos, frente a un 27 % que lo sufre con suegros o parientes lejanos. En cambio, conversar sin interrupciones con amigos cercanos raramente se percibe como un problema. Y la Generación Z es la que peor lo lleva: un 45 % de los jóvenes de 18 a 25 años admite temer los vacíos en las primeras citas, comparado con el 28 % de los baby boomers.
Expertos señalan que esta aversión al mutismo no es solo cultural sino también emocional. La psicóloga Beatriz Goldberg explica que “muchos lo viven como un vacío que hay que rellenar inmediatamente”, y destaca el uso del celular como vía de escape: “Mirar la pantalla sirve tanto para romper el silencio ajeno como para tapar el ruido interno que genera el propio mutismo”.
Por su parte, Romina Halbwirth, de HipnoVida, reflexiona sobre el valor positivo de las pausas: “El silencio puede ser un espacio fértil para aflorar emociones o pensamientos genuinos. No se trata de llenar el vacío, sino de aprender a convivir con él”. En culturas como la japonesa, donde las pausas se valoran como parte de la comunicación, las personas las asocian a respeto y reflexión, en lugar de a tensión o desconexión.
Finalmente, este fenómeno revela una doble cara: mientras afuera buscamos hablar sin parar, internamente lidiamos con un “murmullo” de inseguridades (“¿Qué dirán?”, “No tengo nada interesante para decir”). Aprender a tolerar el silencio, concluyen los especialistas, implica resignificarlo: no como un enemigo a vencer, sino como una invitación a escuchar de verdad.
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