
La Argentina no enfrentaba una situación de guerra exterior, en toda su magnitud, desde 1870, año en que finalizó la guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay. En el siglo XX, el 25 de marzo de 1945 le declaró la guerra a Japón y a la Alemania nazi (Decreto 6945/45 del 28 de marzo) sólo cuando las fuerzas aliadas, especialmente las del Ejército Rojo, se encontraban a pocas cuadras del bunker en el que se refugiaba Adolf Hitler en Berlín.
El martes 25 de mayo de 1982 el país vivía un trance histórico. Había un conflicto armado con una potencia mundial y sus tropas peleaban en el Atlántico Sur, y en todo su territorio se festejó la fecha patria con especial emoción.
Como me dijo una vez el brigadier general Basilio Lami Dozo, había dos argentinas. Una al Sur del río Colorado, que vivía intensamente el conflicto armado, y otra al Norte. El 25, sin embargo, la Argentina pareció ser una sola. Buenos Aires amaneció embanderada y la ceremonia central se realizó en la Catedral Metropolitana a las 11, con la presencia de la Junta Militar; el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Adolfo Gabrielli; ministros del Poder Ejecutivo; secretarios del área presidencial y el cuerpo diplomático encabezado por su decano, el nuncio apostólico, monseñor Ubaldo Calabresi.
Previamente, en las escalinatas del edificio Libertador, donde la Revolución de Mayo fue recordada por el Ejército, cuatro ex presidentes de facto, sin uniforme, se alinearon dejando de lado por el momento viejas rencillas, junto a otros altos oficiales de la institución. Allí estaban Juan Carlos Onganía, Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola. La figura central fue el teniente general Leopoldo Galtieri, quien dijo en su discurso: \"Aquí, como en las islas Malvinas, los hijos de esta tierra, de la Fuerza Aérea, de la Armada y de nuestro Ejército, en las trincheras, en el ataque, o en su alojamiento, estarán junto a nosotros entonando el Himno Nacio
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