
En las noches de Ushuaia, Río Grande y Tolhuin se despliega una movida que desconcierta a muchos adultos. Entre los jóvenes, circulan palabras como “ubi”, “privadita” o “after”, un lenguaje propio que sirve para organizar encuentros que se desarrollan fuera de cualquier control, en casas, galpones o departamentos alquilados.
Lo que a simple vista parece una simple reunión entre amigos, en realidad forma parte de un circuito de fiestas clandestinas que se repiten cada fin de semana, a espaldas de los padres y con riesgos que van mucho más allá de lo que imaginan.
Un código que se impone
Dentro de estos grupos, “ubi” significa la ubicación exacta del evento, un dato que se comparte siempre en privado y a último momento.
El término “privadita” identifica a las reuniones más reducidas, generalmente organizadas en espacios cerrados sin habilitación y con cobro de entrada.
Mientras que “after” —o “affter”, como algunos lo escriben— nombra a las fiestas que comienzan cuando otras terminan y pueden extenderse hasta el amanecer.
El atractivo está en el misterio. Los adolescentes valoran el “secreto” y la sensación de pertenecer a un círculo exclusivo. Sin embargo, esa dinámica complica la supervisión adulta y deja a los menores expuestos a contextos donde suele haber alcohol, música a todo volumen y, en ciertos casos, consumo problemático.
Casos recientes y señales de alerta
En Río Grande, la policía llegó a desarticular un evento con más de 200 adolescentes dentro de una vivienda particular. Los padres tuvieron que ir a retirar a sus hijos y se confirmó que había venta de alcohol a menores.
Situaciones similares se repiten en Ushuaia, donde los vecinos denuncian ruidos, descontrol y la presencia de jóvenes en plena madrugada. Tolhuin tampoco queda al margen: los fines de semana suelen concentrar allí este tipo de “encuentros” fuera de todo marco regulado.
Las convocatorias surgen constantemente. Cada fin de semana aparecen nuevas “ubis”, con locaciones que cambian para evitar intervenciones o reclamos.
Riesgos que no se ven
Las consecuencias más graves incluyen:
Consumo de alcohol por menores, con episodios de intoxicación y descompensación.
Espacios sin seguridad, con hacinamiento, falta de salidas de emergencia y peligro de incendios.
Violencia o abusos, ante la ausencia total de adultos responsables.
Negocio ilegal, ya que muchos de estos eventos funcionan como boliches clandestinos donde se cobra entrada y se vende alcohol.
Padres frente a un nuevo desafío
La preocupación principal radica en el desconocimiento. Muchos adultos no comprenden el significado de las palabras que usan sus hijos ni la magnitud de los riesgos a los que se exponen.
El secreto, la complicidad y la velocidad con la que se comparten las “ubis” crean la ilusión de control, cuando en realidad los adolescentes están en situaciones de extrema vulnerabilidad.
Una tendencia difícil de frenar
Las “privaditas” y los “after” se sostienen gracias al impulso de las redes sociales, la falta de espacios seguros para jóvenes y el atractivo de lo prohibido.
Mientras tanto, en los hogares fueguinos la misma pregunta se repite con preocupación:
¿Sabemos realmente dónde están nuestros hijos cuando dicen que “van a una ubi”?
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