Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido

Click aquí para activar las notificaciones y recibir las noticias directamente en su escritorio.

Río Grande

“Entre la memoria y el olvido” por Ana Berbel

Pocos advierten ante las ruinas del frigorífico de Río Grande, un pasado asociado a los orígenes de nuestro pueblo y la fascinante historia industrial de la Argentina. Y poco se destaca del marco económico, político y social que hizo posible esa primera industria en esta latitud austral.

A un siglo de perspectiva, les cuesta a las nuevas generaciones imaginar que una vez en la margen sur del río, cientos de hombres, y más tarde también mujeres, se emplearían en la industria frigorífica fueguina que permitiría el crecimiento de nuestro pueblo. Cada vez son menos los testigos de aquel tiempo quienes recuerdan el inconfundible pitido que llamaba a las horas de entrada, almuerzo y salida del establecimiento, los balidos de los condenados ovinos en los corrales, los arreos de enormes piños cruzando el puente colgante o los barcos zarpando del muelle viejo hacia altamar, donde aguardaban cargar toneladas de carne congelada los buques “caponeros”.

Más difícil imaginar aquel pasado, cuando las políticas públicas para la conservación del patrimonio histórico de nuestros pueblos parecieran consistir en la no conservación de nuestro patrimonio histórico; agregado a ello que no solo se pierden constantemente los edificios históricos del Río Grande aquel, al ritmo de los intereses inmobiliarios, sino también el patrimonio inmaterial constituido por las voces de los protagonistas del pasado; las cuales si no fuese por laboriosos trabajos particulares como el del periodista y escritor “Mingo” Gutiérrez, valiosos testimonios del ayer estarían perdidos para siempre.

Para delinear aquellos tiempos es necesario recordar que el modelo económico agro exportador consolidado a fines del siglo XIX en la Argentina, fue coincidente con la consolidación del propio Estado argentino. El modelo surgió en el contexto de la división internacional del trabajo que identificaba países centrales y países periféricos. Entre los segundos estaba nuestro país que comenzó a especializarse en la producción y exportación de materias primas y elementos básicos como los agro ganaderos, mientras que los países centrales en una fase capitalista más avanzada, se dedicaron a la producción de productos manufacturados que se vendían a mayor precio que las materias primas y que, por lo tanto, permitieron que las potencias europeas, principalmente el Reino Unido y Estados Unidos acumularan mayor capital, reflejado en las firmas que monopolizaron el mercado frigorífico a inicios del siglo XX. En el pequeño margen que quedaba para los frigoríficos nacionales, figuraba el frigorífico de Río Grande. Aquel mundo que se configuraba en vísperas de la Primera Guerra Mundial, demandaba alimentos, lo cual favoreció la instalación de estos establecimientos.

Las sociedades ganaderas

Los negocios iniciados por el inmigrante español José María Menéndez y Menéndez en 1874 en Chile, fueron convertidos en dos sociedades anónimas constituidas a ambos lados de la cordillera. La chilena se llamaría Sociedad Anónima Ganadera Comercial Menéndez Behety (1911) con sede en Punta Arenas y la argentina se llamaría Sociedad Anónima Ganadera Argentina Menéndez Behety (1918) con sede en Buenos Aires. A la muerte del patriarca en 1918, lo sucederían en la administración de los negocios sus hijos varones y yernos como lo destaca el libro del cincuentenario de ambas sociedades: Alejandro MB (Presidente del Directorio); José MB (Vicepresidente del Directorio); Carlos MB (Síndico), Julio MB (Director); Alfonso MB (Director) y los yernos Mauricio Braun Hamburger (Director y socio de Menéndez en otras empresas) -casado con la señorita Josefina MB-, Francisco Campos Torreblanca (Director Gerente) -casado con la señorita María MB- y Arturo Gomez Palmes (Director) -casado con la señorita Herminia MB-.

A comienzos del siglo XX estas sociedades tenían intereses, entre otras ramas productivas, en la floreciente industria frigorífica. Es por ello que constituyeron la Compañía Frigorífica Argentina de Tierra del Fuego bajo la órbita de la Sociedad Ganadera Comercial Argentina, establecida en la margen sur del río Grande con un capital de 2.400.000 pesos moneda nacional con construcciones e instalaciones con capacidad para beneficiar hasta cinco mil ovinos por jornada. Asimismo constituyeron la Sociedad Cooperativa Frigorífica de Puerto Deseado Ltd. en la

provincia de Santa Cruz, con un capital de 2.000.000 pesos moneda nacional con capacidad para faenar 2000 ovinos por jornada. La flamante empresa se sumaba a la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia (1908) constituida con un capital de 26.670.227 pesos moneda nacional, en sociedad principal de Menéndez y su yerno Braun. La cadena de almacenes de ramos generales llamada popularmente “La Anónima, sobrevivió al siglo en manos de la familia Braun. En aquel entonces contaba con poco más de una veintena de sucursales en toda la Patagonia, proveyendo además un servicio marítimo atendido por los vapores “Amadeo”, “José Menéndez”, “Argentino”, “Asturiano”, “Atlántico” y “Americano” con viajes regulares mixtos (pasajeros y carga mercante) desde el puerto de Buenos Aires hasta los puertos australes de Argentina y Chile.

Habían sido establecidas a fines del siglo XIX, las grandes estancias de explotación ovina de la zona norte de la isla que se sumaban a otras en la Patagonia y Magallanes. La Primera Argentina (1894) y Segunda Argentina (1897) –luego nombradas José Menéndez y María Behety- y Sara Braun (1898). La diversidad de empresas garantizaban al grupo económico una posición inmejorable en el mercado bajo la teoría de la integración vertical, es decir un mismo capital controlaba todo el proceso productivo: cría de animales, faena, industria frigorífica, transporte marítimo, seguros y venta de productos cárnicos y derivados. Eso sin duda permitía lograr mayores utilidades y generar mayor valor agregado partiendo del sector primario, hasta el consumidor final.

Con sólidos contactos con ambos Estados, la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego (1893), formada con los capitales mayoritarios de José Menéndez, Mauricio Braun y su hermana Sara Braun viuda de Nogueira, más otros accionistas locales y extranjeros, se constituyó en la mayor firma propietaria de tierras en toda la isla de Tierra del Fuego y la Patagonia. Fue así que alrededor de los establecimientos ganaderos y la industria frigorífica surgió la vida económica de los pueblos, haciéndose necesaria la definitiva presencia del Estado, que recién el 11 de julio de 1921 reconocería Río Grande oficialmente, mediante decreto del entonces Presidente Hipólito Yrigoyen. Las estancias y el frigorífico fueguinos generaron trabajo de modo directo en cuanto a lo productivo e indirecto en cuanto a generación de servicios y otros negocios afines. Fue ésta la principal fuente de empleo en la zona norte por más de medio siglo hasta que en 1949 el descubrimiento de petróleo (TF1) en inmediaciones del río Chico, sentaría las bases de una nueva industria, la explotación de hidrocarburos.

En el contexto mundial de la Gran Guerra (1914-1918), una suma de capitales se concentraba en la Compañía Frigorífica Argentina la cual se constituyó el 12 de enero de 1917. La visión empresarial de José Menéndez y su yerno Mauricio Braun habían hallado en este paraje desolado a comienzos del siglo -en contraste con la populosa ciudad austral de Punta Arenas donde tenían sede las grandes firmas- las condiciones favorables para montar un frigorífico.

El 9 de febrero de 1918 se daba inicio a la primera de las veintidós faenas del establecimiento, ininterrumpidas hasta que el frigorífico pasaría a manos de la Corporación Argentina de Productores de carne (CAP). En mayo de aquel año se registró el primer embarque de carne congelada fueguina rumbo a Europa. José Menéndez no pudo presenciar aquel hito, había fallecido en abril en Buenos Aires (aunque sería sepultado en el cementerio de Punta Arenas de acuerdo a su voluntad en vida, era allí donde había comenzado a forjar su fortuna).

El acontecimiento de la llegada y partida de los buques significó durante mucho tiempo el principal atractivo de aquel pueblo costero de casas dispersas. Amarrados en el muelle de la margen sur del río Grande, los pequeños barcos de la flota de Menéndez atiborraban sus bodegas de carne enfriada para transportarlas hasta los “caponeros”: buques frigoríficos que aguardaban en alta mar, a la altura del Cabo San Sebastián. Se sumaría luego la Naviera de Juan José Peisci S.A. que operaría los “Luchos”, buques que a su vez transportaban cargas desde el puerto de Buenos Aires a los puertos australes, abasteciendo de víveres las poblaciones patagónicas de Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado, San Julián, Santa Cruz, Río Gallegos, Río Grande y Ushuaia.

Las huellas de esos tiempos aun se advierten en un puñado de edificaciones aun en pie y en los rastros de terraplenes y una trocha angosta que recorría 12 kilómetros entre la estancia Primera Argentina y el muelle. Un tren interrumpía el llano paisaje de la estepa con la combustión de agitadas locomotoras y el traqueteo de una docena de vagones atestados de fardos de lana en tiempos de esquila, eran los cotizados “frutos del país”.

Sin embargo es posible saber cómo lució aquel frigorífico de Río Grande un siglo atrás. Si apreciamos el frigorífico Bories a cinco kilómetros de Puerto Natales en la República de Chile, convertido actualmente en hotel cinco estrellas. El conjunto edilicio, muy similar al frigorífico de Río Grande, fue conservado como patrimonio histórico nacional chileno. Perfectamente restaurado permite apreciar el esplendor de los tiempos industriales. La Sociedad Anónima

Ganadera Comercial Menéndez Behety lo fundó en 1911 y es una muestra de típica arquitectura victoriana inglesa en la Patagonia austral.

El rentable negocio de los frigoríficos

En plena revolución industrial, el invento del francés Charles Terrier cambiaría la economía argentina. “Le Frigorifique” un buque equipado con frío artificial transportaría por primera vez carne congelada desde el puerto francés de Le Havre al puerto de Buenos Aires en un viaje de tres meses (1877) demostrando la eficacia del invento. Se instalarían entonces los primeros frigoríficos argentinos como el Terrasón en San Nicolás y la Compañía Sansiena de Carnes Congeladas en Avellaneda que más tarde establecería el reconocido frigorífico La Negra. A los que se agregarían otros de capitales británicos como el River Plate Fresh Meat en Campana ó Las Palmas de James Nelson & Sons en Zarate que se unirían más tarde en The South American Fresh Meat Co. El mercado sería dominado por firmas británicas y norteamericanas como Swift en Berisso (The Plata Cold Storage) que se transformó después en la Compañía Swift de La Plata Sociedad Anónima Frigorífica... La unión de Anglo, Swift-Armour y Morris en Avellaneda instalarían el Frigorífico La Blanca y tantos otros de producción de carne bovina… entre los frigoríficos patagónicos, dedicados a la producción de carne ovina estaban Swift de San Julián (1911) y el de Río Gallegos (1912); el Armour de Santa Cruz (1920) y entre los capitales nacionales el de Río Grande (1917) y Puerto Deseado (1922), propiedad de la Compañía Frigorífica Argentina.

Los tiempos de faena

Abundante mano de obra requerían los intensos meses de faena desde noviembre a marzo quintuplicando el personal. Eso significaba el arribo cada año de hombres procedentes de lugares lejanos, pues el pueblo de Río Grande era incipiente para responder a la oferta de empleo. Muchos de aquellos trabajadores se radicaron definitivamente en Río Grande instituyendo familias muy arraigadas en Tierra del Fuego, mayormente de ascendencia chilena, eslava o española.

Los relatos individuales dan cuenta de labores duras para todos quienes participaban en la cadena de producción, desde el ovejero que arreaba en largas jornadas grandes piños hasta los corrales, hasta quienes trabajaban en las playas de carneo o eran operarios en la cadena de producción del

frigorífico. Sin embargo casi todos los relatos coinciden en recordar aquellos años como “tiempos felices”. Tal vez la notable oferta de empleo y las posibilidades que generaba la floreciente industria, motivaron aquel sentimiento colectivo que no se contrasta con las estadísticas económicas que arroja la Argentina a lo largo del siglo, mostrando claramente ciclos de ilusión y desencanto, durante procesos económicos, políticos y sociales que resultaron duros de sortear, tanto para el Trabajo como para el Capital.

Tras los primeros logros colectivos en materia de derechos laborales, la jornada duraba ocho horas con un intermedio para el almuerzo, de lunes a sábado. El procedimiento comenzaba con la matanza realizada por eximios carniceros, y posteriormente los garreadores se ocupaban de las patas del animal, siendo los bajadores quienes terminaban el cuereo y extraían menudencias. Grasas y tripas se separaban en el proceso y se limpiaba por completo la res, la cual sería colgada en una noria que servía para el proceso de eviscerado. Tras el perfecto lavado y limpieza llegaba a manos de los inspectores y tras el pesaje en balanza se clasificaba y etiquetaba según clase y grado de frío. El proceso de congelamiento era una tarea minuciosa que exigía un método específico que permitiese el congelamiento gradual y estable de tal modo que la carne no se perjudicase. Si las temperaturas no eran las adecuadas la carne corría riesgo de quedar blanda por dentro y congelada por fuera, lo cual impediría la conservación que exigía el traslado a largas distancias. Más tarde se encamisaba con un paño fino de algodón al que se llamaba estoquinete, se dejaba secar y se estibaba en las cámaras frigoríficas. Todo ello bajo el imperio del reloj tal como mandaba el sistema de organización del trabajo, imperativo en la época. Así es como esta industria fue desarrollando personal altamente capacitado para las labores que exigía, como el caso de los carniceros quienes trabajando en pareja eran capaces de beneficiar hasta cuatrocientos ovinos por jornada. En esta industria se realizaba el aprovechamiento integro del animal: carne, cuero, huesos, vísceras, tripas, pezuñas, menudencias.

Las instalaciones del frigorífico eran las usuales para el funcionamiento de la industria y la vida de sus trabajadores. Era aquello un paraje que contaba no solo con los edificios de faena y procesamiento, sino también con viviendas, cocina y comedor para el personal y hasta una estafeta postal. Curioso es que hasta llegó a tener una pileta de natación climatizada, para el uso del personal jerárquico. En la Oveja Negra, casa principal, originalmente vivienda del administrador de la Primera Argentina, se mudaría el primer administrador que empleó el frigorífico, el Señor John Goodall quien sería famoso tiempo después por introducir salmónidos

en ríos y arroyos de Tierra del Fuego, hecho que constituiría la piedra fundamental para el desarrollo de la pesca deportiva.

Corporación Argentina de Productores de carne

El frigorífico de Río Grande pasaría a manos de la CAP cerca de 1940. Tras la gran depresión mundial (1929), Argentina había sentido duramente el golpe de la crisis económica internacional. Esto hizo que el gobierno adoptase medidas de protección destinadas a preservar la actividad agro ganadera, en la cual se apoyaba la vida económica nacional. De tal modo que creó juntas reguladoras, entre ellas la Junta Nacional de Carnes, que tenía el objetivo de reunir en su órbita los frigoríficos e instituciones comerciales e industriales necesarias al mercado interior y exterior para la defensa de la ganadería nacional y el abaratamiento de los productos de consumo. En 1933 se había firmado el polémico pacto Roca-Runciman entre Argentina y Reino Unido, país que se comprometía a continuar comprando carne argentina en tanto que el precio fuese inferior al del mercado internacional. A cambio Argentina aceptaba liberar de impuestos los productos británicos y se comprometía a no habilitar más frigoríficos de capital nacional. La Junta Nacional de Carnes se creó bajo la Ley Nº 11.747 -conocida como "Ley de Carnes"-y estaba presidida por miembros elegidos por la Sociedad Rural Argentina, por entes rurales menores, por los frigoríficos privados, industriales y comerciantes cárnicos, asimismo por transportistas marítimos y terrestres. De esta manera los propios productores fijaban las normas de clasificación de carnes, fijaban precios y otras reglas tendientes a proteger la producción ganadera. El 30 de octubre de 1934 quedo constituida la Corporación Argentina de Productores de Carne, dirigida por esta Junta y financiada por los ganaderos. Pero CAP no era una empresa del Estado, ni sociedad de economía mixta, ni tampoco sociedad anónima con participación estatal, era una asociación mercantil con fines de lucro, con percepción de utilidades de acuerdo al aporte de los accionistas y un régimen de capitalización sometido a la aprobación de la Junta Nacional de Carnes y el Poder Ejecutivo. En 1945 la historia argentina cambiaría substancialmente, el General Juan Domingo Perón asumiría la presidencia de la Nación al año siguiente y con ello se inauguraba un Estado nacional y popular y un nuevo modelo económico. El modelo agro exportador que había regido la vida económica argentina por décadas, ahora era desplazado por el modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Perón cambiaría la composición de la Junta Nacional de Carnes que pasaba a ser elegida por el Ejecutivo con acuerdo del Congreso. Nuevos tiempos políticos, económicos y sociales se configuraban en aquella

Argentina de postguerra mundial. Los vaivenes económicos del nuevo mundo construido tras aquella terrible guerra produjeron un cambio estructural en la producción, perfectamente distinguible en la economía argentina, en que bajan las exportaciones y se engrandece el consumo interno de carnes a raíz del nuevo modelo económico imperante.

El frigorífico de Río Grande continuó siendo una fuente de empleo central en el aun pequeño pueblo, sin embargo progresivamente comenzó el declive de la industria frigorífica. Instaurada en 1976 la última Dictadura del siglo XX, se trazó un nuevo rumbo económico y en 1980 el Estado nacional sacó a licitación todos los frigoríficos del país en posesión de la CAP. En 1991, siguiendo los lineamientos del consenso de Washington, bajo la presidencia de Carlos Menem se disolvió la Junta Nacional de Carnes por decreto Nº 2284/91, dada la desregulación del mercado que exigían las políticas neoliberales. Así fue como CAP comenzó un largo proceso de liquidación. Las instalaciones del frigorífico de Río Grande fueron declaradas Monumento Histórico Nacional en 1999 mediante el decreto 64/99 y la propiedad fue adquirida por el comerciante local Eddie Vargas Macías, quien por un breve período utilizó las instalaciones para desarrollar proyectos que no prosperaron. El conjunto edilicio fue sufriendo reiterados incendios y hoy está prácticamente desmantelado, desconociéndose el destino que se le dará a todo el predio en el futuro. El Municipio de Río Grande a través del Museo municipal, anunciaba en 2013 el inicio de la primera etapa de restauración del antiguo muelle y playa de embarque, en convenio con la Dirección Provincial de Puertos, para convertirlo en un paseo recreativo. Sin embargo hasta hoy continúa deteriorándose ante el inevitable paso del tiempo, sin que se realizaran siquiera obras de apuntalamiento.

El convulsionado siglo XX tuvo su correlato en nuestro pueblo alejado, hoy ciudad. Aquellas ruinas son el testimonio de un pasado en que Río Grande fue parte de aquel mote de abundancia, que señaló a la Argentina por mucho tiempo como el granero del mundo. Sin embargo cada año el vacío es más grande en nuestro escaso pero sin duda interesante patrimonio histórico. Alguna vez, acuné la idea de ver convertido el antiguo frigorífico en el mayor centro cultural de nuestro pueblo, porqué allí nació nuestro pueblo multicultural. Causalmente allí nacieron las grandes letras de nuestra tierra, de un vecino de ese barrio, nuestro máximo cantante y compositor Walter Buscemi. Allí cientos de hombres y mujeres venidos de todas partes construyeron sus sueños gracias al trabajo… Pero fue eso, nada menos, una idea. Quién sabe, algún día los tiempos cambien, quizás deba pasar otro siglo para que las ideas, que nos sobreviven, fructifiquen en generaciones que tengan más voluntad de proteger la Memoria que de construir el Olvido. Nota: La fotografía del tren es de la colección de Ann Munro. Está en discusión la autoría de la foto de vista panorámica del frigorífico.

Autora: Any Berbel Memoria Popular del Centenario.

Compartinos tu opinión

Te puede interesar

Últimas noticias

Fotos

Queremos invitarte a conocer Tierra del Fuego a través de sus maravillosos paisajes.

ver todas las fotos

Videogalería Ver más

Momentos TDF

Teclas de acceso