
El trabajador del mar, Carlos Cárcamo, manifestó su inquietud por la situación que atraviesan los pescadores artesanales de Almanza frente al crecimiento de emprendimientos industriales en zonas donde históricamente se desarrollaba la captura de centolla.
En diálogo con Zoom a Diario, Cárcamo reconoció que en los últimos años hubo mejoras en el control y la fiscalización de la actividad. “Hay un control efectivo. Tenemos sistemas de geolocalización por satélite que permiten saber dónde estamos, cuánto tiempo navegamos, e incluso se controla en qué momento baja la velocidad de la embarcación”, comentó. Aseguró que esto permitió limitar la pesca ilegal y diferenció la situación local de la chilena: “La centolla que se vende más barata en Chile es ilegal. Acá tenemos costos muy altos y controles estrictos. Cuando alguien ofrece precios por debajo, hay que sospechar”.
Sin embargo, la principal preocupación del sector no está en los controles sino en el avance de proyectos industriales sobre los espacios que antes utilizaban los pescadores artesanales. Cárcamo advirtió que “nos están corriendo de zonas donde pescábamos centolla y cada vez el cuello de botella es más chico”.
Mencionó particularmente el desarrollo de cultivos de mejillones impulsados por una empresa privada: “Era un piloto con dos espejos de agua y ahora ya son diez. Nos desplazaron de lugares históricos de pesca”. También recordó que hubo experiencias previas de exportación de mejillones en Almanza que no prosperaron por falta de acompañamiento: “No son los primeros en exportar. Ya lo habían hecho Gualdez y Avira Argentina. La diferencia es que ahora toda la atención está puesta en una sola empresa, y los pescadores artesanales quedamos relegados”.
A los problemas de espacio se suma la dificultad de cumplir con los requisitos técnicos exigidos para operar: “Los requerimientos para sacar mariscos se incrementaron tanto que muchos no los pueden cumplir. No podemos competir con una empresa que tiene semejante capital. Incluso pasamos de usar un muelle a no poder usarlo más porque está ocupado”.
Actualmente, en el canal argentino operan entre 16 y 17 embarcaciones con un máximo de 100 trampas cada una. Cárcamo marcó el contraste con la parte chilena: “En Navarino o Puerto Toro, una sola embarcación puede tener mil trampas. Acá somos 16 y usamos en total 2.000. La depredación no se hace de este lado”.
Finalmente, planteó que la convivencia entre industria y pesca artesanal se vuelve cada vez más difícil, y pidió al Estado reglas claras que garanticen condiciones justas: “Nosotros estábamos primero. Almanza era un pueblo de pescadores donde no venía nadie. Hoy lo ven con fines turísticos y productivos, y terminamos quedando relegados. Somos invisibles para la sociedad y vamos a ir desapareciendo”, concluyó.
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